El Mensaje Sufí

El sufismo no es una religión ni un culto, ni una doctrina o institución dogmática. Quizás se podría decir que el Sufismo es la misma religión del corazón que siempre ha estado, desde que la sabiduría fue sabiduría. Las escuelas esotéricas pueden rastrearse hacia atrás, tan lejos como en los tiempos de Abraham, e incluso más temprano. En Arabia, las escuelas esotéricas fueron conocidas por su enseñanza metafísica. En Persia, las fuentes de inspiración fueron la literatura, poesía y música. En la India, las escuelas esotéricas fueron principalmente de carácter meditativo. Aunque estas y otras puedan quizás diferir ligeramente en los métodos de entrenamiento interior, todas están unidas en su objeto, pues el conocimiento esotérico no pertenece sólo a una escuela esotérica. El término “Sufí”, que significa sabiduría, no sólo se refiere a antiguas escuelas, conocidas o desconocidas, en las que los conceptos espirituales han florecido a través de las épocas y cristalizado subsiguientemente dentro de varias órdenes. En realidad él se refiere a todos los esfuerzos hechos para elevar el entendimiento humano a un nivel de despertar espiritual, que es el resultado de la purificación de la mente de las limitaciones de barreras tradicionales, así como de las propias ideas preconcebidas construidas en forma inconsciente día a día. Por su naturaleza universal, la sabiduría no puede ponerse en palabras, ni puede identificarse como la propiedad de una sola transmisión. Es un mensaje de “derechos humanos de pensamiento y sentimiento” que ha estado llamando desde la eternidad pero no siempre es escuchado, lo que explica por qué las terminologías artificiales generalmente representan equivocadamente la verdadera comprensión interior. A menos que haya un despertar a los principios morales básicos de honestidad en espiritualidad, el contingente religioso de la humanidad seguirá esclavizado por la tiranía impuesta por la ilusión de la Verdad. Para un Sufí, la diversidad de nombres y formas de las doctrinas religiosas del mundo son como velos que cubren el fenómeno del Espíritu de Guía que se manifiesta constantemente a través de todos los niveles de evolución. Esto explica por qué uno de los grandes ideales de un Sufí es el despertar de las cualidades del corazón, lo que resulta en una mirada más amplia, con un alcance más allá de conceptos de fe y creencia, y con una actitud compasiva hacia los trágicos malentendidos que dividen a los más entusiastas seguidores de las tradiciones religiosas y filosóficas. El Sufí en forma considerada evita hacer gala de conceptos especulativos, usando sólo el lenguaje del corazón al comunicarse con otros, respetuoso de todas las interpretaciones del uno y único objeto de adoración. A través de las épocas, los Mensajeros del mundo han venido a la humanidad con el gran ideal de liberar el impulso religioso de los variados dogmas que han construido una y otra vez, a través de los siglos, teorías especulativas acerca de lo abstracto. Los “seguidores de los seguidores de los seguidores” imponen estas formas sobre creyentes inocentes, perpetuando así el espectro del fanatismo, incluso en esta época en que la ciencia ha catapultado con éxito el conocimiento factual tan lejos como a la superficie de la luna, más allá de las trágicas limitaciones de lo que se dice ser conocimiento religioso, que describe el cielo en términos atractivos para aquellos con mentes cerradas. El mensaje de todos los tiempos, que resuena de nuevo en nuestro siglo, le recuerda a la humanidad que aquellas tradiciones religiosas, altamente respetadas dentro del “museo del pasado”, ahora encaran la realidad de nuevas visiones, tales como la conciencia de la unidad de los ideales religiosos. Obviamente, esto se convierte entendimiento normal tan pronto como la propia mirada interior se abre a la luz de las “perlas del océano de lo no visible” expuesto en todo el simbolismo religioso. Esta luz, que la religión con frecuencia esconde bajo tantas capas de vestido, pretensión y pensamiento fanático, puede también ser vista dentro del propio corazón, el cual, para el místico, es el altar viviente. El mensaje Divino, que viene en todas las épocas bajo diferentes nombres, es ahora el mensaje de sabiduría. Este mensaje no está destinado solamente para una cierta cultura ni tampoco está destinado para tan sólo una parte del mundo; es para toda la humanidad. Es un mensaje universal, expresado en el Culto Universal inspirado por enseñanzas de las grandes religiones, conocidas y desconocidas por el mundo en toda su extensión. El ideal religioso está enfocado sobre el Espíritu de Guía, el Maestro de todos los maestros, que ofrece inspiración al mundo de la ciencia, creatividad al mundo del arte, libertad al mundo social, y para el mundo religioso el entendimiento de lo Divino dentro de toda la creación. A la pregunta ‘¿Qué es el Mensaje?’ la respuesta difiere de acuerdo al entendimiento, pues cada persona representa un punto de vista diferente, sin embargo todos se aventuran a beber de la misma agua, sea llamada una corriente, un río, un lago, el mar, el océano o la Divina fuente en sí misma. A medida que avanzamos con coraje a través de la oscuridad de la ignorancia humana, ondeando en alto la pancarta de la libertad espiritual, quizás podamos descubrir que la verdad puede ser interpretada como una invitación para convertirnos en altares vivientes de todas las creencias religiosas, comunicándonos en la lengua de cada uno mientras nos aferramos a salvo al único secreto que existe hacia la paz interior, hacia la felicidad, hacia la espiritualidad: la supremacía de la verdad que no puede ser definida. Existe sólo una verdad: la nobleza del corazón. Sólo hay un verdadero corazón: sentimientos desinteresados adentro. La naturaleza interior, el omnipresente, es revelada a todos los niveles del entendimiento místico cuando la ilusión del ‘Yo’ es trascendida. Éste es el camino de los sabios, quienes reconocen que todo lo que saben es lo que imaginan saber. La sabiduría es sólo sabiduría no cuando se pretende ante otros acerca de la propia sabiduría, sino cuando se ofrece un ejemplo silencioso del despertar al acertijo eterno: ¿Quién, qué, porqué, cómo, cuál, de dónde, hacia dónde?

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